lunes, septiembre 29, 2008

Paciencia

Bajo las faldas de una cajera de supermercado se esconde un espía.
Con un bote de leche con algunos espejos mira las manos de la gente que paga sus artículos. Anota rápidamente todos los datos concernientes a las manos que espía, los rasgos de sus portadores: edad, color, solteros, casadas, afeminados, artríticos, tísicos, pianistas, obreros, disimulados…arrugas, líneas, manchas en la piel, la tensión de los movimientos, sus posibilidades amorosas.
De vez en cuando dentro de la carpa humana, y sin descuidar demasiado su objetivo levanta la mirada con su lengua extendida, acaricia el cenit de su refugio, recoge agridulces gotas de sudor fugitivas de aquellos suaves y oscuros horizontes.

Con un espejito de dentista atado a una antena de grabadora procura seguir a la gente antes de salir, girando el espejo de manera que la persona se refleje en el, las tardes se suceden calurosas, resbalosas, repetitivas, hipnóticas, reflejos persiguiendo reflejos; la cajera se contonea de vez en cuando ante la sorpresa, la emoción y el cacareo de algunos clientes. Llega la hora de salida, a ella se le figura un instante, como lavarse la cara, la tienda se asola y entonces discretamente mira debajo de sus faldas, y aunque intenta aprisionarle entre sus piernas solo alcanza a ver la escurridiza sombra que ya cruza las puertas automáticas.

Puntuales cada mañana, sin preguntas ni cortesías, la cajera lo acuna entre sus piernas y algunas veces el embarra una rosa o un clavel, incluso algún geranio por su cuerpo, el tampoco la conoce, no necesitan verse, nunca se distraen de sus quehaceres, ella cobra y se contonea y se deshace sobre su lengua, el se enjuga la boza y revisa a todos los clientes. Busca unas manos que completen sus muñones, en algunas horas de ocio cuando la tienda esta mas solo, suele leer un poco, ver algunas fotografías, escribirle poemas difíciles en las piernas con un bolígrafo de tinta china, perder su mirada en sus primeras manos.

Transcurrirán todavía varios meses antes que las manos idóneas lleguen a la caja, con gran sorpresa recibirá, la noticia, en un instante borroso, de ansiedad salivosa, morderá y felinamente lamerá las piernas, saldrá de bajo de las faldas de la cajera y seguirá al dueño de las manos hasta su casa, esperará el momento oportuno para despojarlo de sus manitas a base de serruchazos.
Acudirá con la sangre fresca y las manos temblorosas y sangrantes a una clínica clandestina donde cortarán el borde de sus muñones como puntas de salchicha y unirán sus nervios huesos y tendones con los nuevos huesos arterias y tendones para así darle nueva vida a sus viejos y casi olvidados placeres.
Tras algunos meses de rehabilitación el nuevo doble manco, entristecido y furico a la vez ideara a su vez otra manera de hacerse de otras manos. Frente a la caja del supermercado, con los muñones vendados y palpitantes, mira sobre los artículos las caderas anchísimas de la cajera, se imaginará oculto entre sus faldas, relamiendo sus sudores, como un pequeño y maravillado Sansón, mirará después sus pechos y, como si un cable uniera sus barbillas, levantarán sus cabezas y con un rubor obvio pero no declarado
se sonreirán mirándose a los ojos.

viernes, septiembre 26, 2008



domingo, septiembre 07, 2008




En algunos instantes se deshoja inutilmente su blancura.

a galletazos